- La crisis sanitaria del coronavirus SARS-CoV-2 pone en evidencia la fragilidad del sistema para afrontar nuevas amenazas naturales desconocidas. Si queremos ser capaces de evitar que esto vuelva a ocurrir, debemos atajar sus causas. Entre ellas, la pérdida de biodiversidad es central.
Vulnerabilidad del capitalismo
El SARS-CoV2 es el virus causante de la enfermedad COVID-19 y su origen es zoonótico. El término zoonosis se aplica a toda enfermedad infecciosa de origen animal capaz de transmitirse al ser humano, como el ébola o el virus del Zika. El 60 % de las enfermedades infecciosas que afectan al ser humano son zoonóticas, y el 70 % de todas las enfermedades nuevas o emergentes aparecidas en los últimos años también son zoonosis. Todas las enfermedades incluidas en la lista de enfermedades prioritarias por la OMS son de origen zoonótico.
Un ecosistema sano mantiene controlada la aparición de plagas, patógenos, depredadores y parásitos que suponen un peligro para nuestra salud. La conservación de la biodiversidad puede convertirse en la mejor protección que podemos tener frente a la aparición de enfermedades zoonóticas que deriven en futuras pandemias. Está comprobado que en comunidades pobres en número de especies, las especies reservorio de patógenos tienden a estar presentes.
Existen evidencias científicas12 que demuestran que la pérdida de biodiversidad aumenta el riesgo de aparición de enfermedades infecciosas. Esto se puede deber al conocido como efecto de dilución: el patógeno se “diluye” entre las diferentes especies con las que entra en contacto. Al contagiar a un huésped inadecuado, en el que el patógeno no prospera, se reducen las probabilidades de propagación. Además, el patógeno se fortalece más cuando se transmite entre miembros de una misma especie, y en ecosistemas con menor diversidad de especies puede haber más espacio para un incremento en la población de la especie reservorio. También hay teorías que defienden que huéspedes con una alta diversidad genética son un cortafuego natural ante el contagio, conocido como efecto de amortiguamiento.
La cada vez mayor incursión del ser humano en hábitats naturales propicia un contacto extremo entre animales y humanos, aumentando las posibilidades de contagio. El 75 % de la superficie terrestre ha sido significativamente alterada por el ser humano, principalmente debido a la deforestación, la agricultura, la ganadería y el crecimiento de suelo urbano e infraestructuras, reduciendo cada vez más la extensión de tierras salvajes intactas. Las áreas urbanas se han duplicado desde 1992, y la producción agrícola ha crecido un 300 % desde 1970. Más de 100 millones de hectáreas de expansión agrícola en los trópicos entre 1980 y 2000 han provocado la desaparición de selva virgen, principalmente debido a la ganadería en Latinoamérica a plantaciones en el sudeste asiático.
Ejemplos de cómo la deforestación está detrás de la expansión de enfermedades infecciosas son la enfermedad de Nipah (Malasia), la expansión del virus del Nilo Occidental (EEUU), el aumento de poblaciones de mosquitos Anopheles vector transmisor de la malaria (Amazonas) o la esquistosomiasis (Malawi). Son numerosos los casos científicamente documentados que relacionan la destrucción de la biodiversidad con amenazas para la salud global de esta índole.
#LaMejorVacuna
En las últimas décadas, han aumentado los procesos de zoonosis fruto, fundamentalmente, de la destrucción ecosistémica y de la ganadería industrial. Esas nuevas especies víricas tienen una alta probabilidad de desestabilización global fruto de la vulnerabilidad del capitalismo global.
Además, el capitalismo es responsable de la crisis socioambiental que vivimos.
Ante esto, necesitamos un sistema económico que en lugar de generar problemas globales los minimice y esté preparado para resistirlos. Desde Ecologistas en Acción sabemos que una economía así es una economía ecológica, feminista y solidaria. Sólo de este modo podemos preservar la biodiversidad de la que dependemos.
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