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[Informe] Empleo y transición ecosocial

Dos fenómenos van a cambiar drásticamente el presente y el futuro del planeta, las especies vivas y la civilización humana tal y como la entendemos. La crisis energética y el caos climático representan los principales problemas para la sociedad y la propia vida. Un objetivo previo a todos los demás, en términos societales y políticos, es abordar un cambio de modo de vida, de producción, trabajo y consumo, que haga compatible la dignidad de la vida humana, la sostenibilidad de los ecosistemas y la biodiversidad, mediante un cambio en el formato de relación del metabolismo naturaleza-sociedad.

Al mismo tiempo, la sociedad capitalista se basa en la relación salarial, mediante la cual las mayorías trabajadoras son explotadas por una minoría privilegiada. El empleo, tanto en su naturaleza social como en su capacidad vehicular de conjugar utilidad social como de garantizar los derechos laborales y sociales, ocupa un centro de transformación protagonista en el cambio de modelo productivo y social. Sin duda, no el único, ni tampoco considerado como ha venido siendo definido en la sociedad salarial, lo que entraña también una redefinición social del empleo que deje de consistir en el chantaje biográfico y social de tener que alquilar tiempo, cualificación y energía, esto es, fuerza de trabajo, por un salario, para hacer posible el excedente capitalista. El empleo es ahora mismo la llave para todos los derechos ciudadanos, y no debería ser así, porque el acceso a las necesidades no puede venir determinado por la relación salarial.

Invisibilizado tras la preponderancia institucional del mercado de trabajo existe un enorme espacio de trabajos no monetarizados, fundamentales para el sostenimiento y reproducción de la vida, realizados mayoritariamente en la esfera doméstica por mujeres: los llamados trabajos de cuidados. Su importancia cuantitativa es clara: representan el 54 % de las horas de trabajo totales realizadas en el estado español. Su importancia cualitativa es central: sin ellos resulta imposible la reproducción de la fuerza de trabajo en condiciones que garanticen la reproducción del capital. Aunque nuestro informe pone especial énfasis en las transformaciones del empleo asalariado, es necesario afirmar que el horizonte de sostenibilidad ecológica y de equidad social requieren una rearticulación de todos los trabajos: tanto los de “cuidados” como los de la esfera mercantil.

También se acostumbra, por parte del movimiento sindical, a veces, a oponer la cuestión del mantenimiento del empleo a las condiciones que exige el reto ecológico. El primer considerando a afirmar consiste en indicar que el modelo productivo compatible con el planeta requerirá un porcentaje de mayor fuerza humana, e incluso también animal, en comparación con la inversión industrial en sí. Por numerosas razones, pero una de ellas es que la fuerza viva es un buen vehículo de la conversión de materia a energía, si comparamos con el despilfarro en términos de energía neta con que contribuyen la mayoría de sistemas maquínicos. También es necesario señalar que un mundo lleno, con recursos físicos decrecientes, requerirá de ritmos más lentos, y un uso optimizado de las materias primas disponibles. Los principios de máxima rentabilidad y máxima productividad, han de ser sustituidos por el de adecuada capacidad productiva de satisfacer necesidades con mínima extracción de materias primas y generación de residuos, y aplicación de la economía circular hasta donde eso sea posible. Esto implica producir menos, pero mejor, más adecuadamente a las necesidades y con cero despilfarro.

Además, las amenazas observadas para el empleo por aquellos reticentes a las condiciones productivas que imponen los límites del planeta, deben ser respondidas. En primer lugar, algunos empleos tendrán no tanto que eliminarse, aunque sin duda aquellos con propósito destructivo no podrán ser sostenidos, como ser sustituidos por otros más necesarios, a veces con función semejante, pero con tecnologías, materias primas y cualificación muy distinta.

El fin de las energías fósiles, cuya capacidad de generación de energía neta no tiene parangón, nos conduce a sociedades y economías que no proveerán tanto, ni lo llevarán tan lejos, y exigirán adecuaciones del aparato productivo que significarán un acortamiento de los circuitos y las distancia de transporte, y, especialmente, una mayor composición de trabajo humano y animal en los procesos productivos, conjuntamente con una tecnología ligera que combine el conocimiento acumulado, la minimalización del coste ambiental, disponiendo de bienes y servicios en la justa medida y con la mayor calidad. En suma, la sociedad sostenible del futuro necesitará mucha mano (y cabeza, con todo el cuerpo) de obra. Una sociedad feliz necesita más tiempo libre y menos tiempo de trabajo, y eso es compatible si reducimos los consumos superfluos, eliminamos la obsolescencia programada, y concebimos el desarrollo humano por el sentido que producimos en nuestra existencia, la calidad de nuestras relaciones sociales, las experiencias, el conocimiento y la cultura que podamos disfrutar. Ahora bien, en una sociedad con los límites físicos que van a venir, lo que tenemos que hacer es desprendernos de las relaciones sociales que maximizan el trabajo y la explotación. Solo debemos admitir los límites de la naturaleza, nuestra salud y buen vivir, que serán quienes debieran guiar las necesidades de trabajo realmente oportunas y democráticamente expresadas (y no solo las demandas solventes).

Los fantasmas de la robotización han sido utilizados como mecanismos de distracción. En primer lugar, el aumento de la composición orgánica del capital no es algo nuevo, comenzó hace más de dos siglos, con un propósito de aumentar la competencia y la productividad. A cada ascenso en su dinámica, le sucedieron cambios importantes en el proceso de trabajo y la organización del mismo. Pero todos aquellos saltos se vieron acompañados por grandes procesos de creación de empleo en nuevos sectores, para seguir explotando la fuerza de trabajo disponible. Los fenómenos del paro, más allá de su recurrencia cíclica dentro de ciertos niveles, han servido normalmente como fórmula de presión salarial a la baja para que la fuerza de trabajo aceptase condiciones desfavorables.

Sin embargo, los costes de la robotización, más allá de los muy limitados avances, en términos de productividad, que se están obteniendo en esta fase declinante del capitalismo tardío y de la III Revolución Científico-tecnológica, son muy elevados en términos de empleo de materiales y energía, que, por otra parte, emplea tecnología ideada fundamentalmente para el aprovechamiento de energías fósiles o sus derivados. Pero La productividad ha sido tan alta durante mucho tiempo gracias a un consumo desmesurado de combustibles fósiles. Si en un futuro habrá robotización es muy posible, pero será para un segmento reducido de la fuerza productiva y para bienes que aún sean rentables y estandarizados, por un lado, o para una minoría pudiente, por otro. Sin embargo, la industria del mañana no podrá generalizarlo como hasta ahora ha sido posible, dados los descensos de disponibilidad de materias primas y acceso económico a las energías fósiles a los que estamos condenados. La OIT ya lleva años diciendo que cada vez se trabajan menos horas. Los indicadores/encuestas de paro no reflejan la realidad, el pleno empleo es cada vez más utopía; si se calcula el total de horas trabajadas al año, se ve que va cayendo desde principio de siglo. No es únicamente por la crisis de 2008 y la pandemia. Simplemente, no se está cumpliendo ese mito de que las nuevas tecnologías traen nuevos empleos debajo del brazo.

Esos cambios, que pueden venir de manera desordenada, pueden ser guiados bien por una lógica de mercado rentable, bien por imposiciones ecofascistas, o por soluciones ecosocialistas y democráticas. En cualquier caso, los cambios son insoslayables. Nosotros vamos a idear un curso de acción, una metodología, y un modelo de propuesta que encaja en el último esquema.

El futuro para dicha sociedad ecosocialista y democrática está condicionado por determinaciones físicas muy severas. Necesitamos cambiar el esquema tecnológico industrial para alterar la conversión de materias primas en energía neta mediante un esquema más ligero, de menor consumo de materiales y menor generación de huella ecológica, capaz de satisfacer en condiciones dignas las necesidades humanas, respetando las condiciones de habitabilidad de la biosfera.

Este cambio tiene una dimensión estructural y debe ser concebido para un medio y un largo plazo. Esto equivale a tener que idear la transición a lo largo de toda la cadena de producción de valor, con actuaciones transversales y también específicas que atañen a procesos completos. También supone planear un proyecto que abarcará al menos dos grandes fases de transición y que, dado lo sobrevenido de los procesos de escasez y caos, habrán de solaparse, si queremos dar una respuesta en el tiempo que impone la naturaleza.

En cuanto al cambio estructural, es preciso referirse no sólo a la cadena de valor en sí, sino a su infraestructura básica y previa. Esto es, la ubicación de los centros productivos, la ubicación de hábitats humanos, de formas de organización social y política, y nuevos esquemas de transporte. Este cambio supone una planificación de largo plazo que puede suponer medio siglo de cambios, y que han de secuenciarse a lo largo de la transición ecológica, dada su envergadura, no exenta de conflictos sociales a todos los niveles.

El cambio en la cadena de valor, entraña transformar todas sus fases. Desde la extracción de materias primas (cambiando su forma, su ritmo, su composición); siguiendo por la investigación y concepción industrial de nuevas infraestructuras y medios de producción; nuevos esquemas de financiación; de fabricación ligera que minimice el uso de materias y desarrolle un sistema circular que integre los residuos en la naturaleza; así como de comercio y provisión de servicios que adapte los bienes a las necesidades de los diferentes grupos sociales y personas.

Un primer perfil de transición ecológica, dado el volumen de población y el grado de desigualdad, deberá ser ambicioso en la generación de infraestructuras de energías renovables, comparativamente muy inferiores en su capacidad de generación de energía neta, y cuya localización está muy descentralizada. Si queremos abastecer lo necesario a toda la población mundial eso supone admitir por un tiempo acotado crecimientos en ciertos sectores (sanidad, educación) en muchos países y territorios, reordenación de sectores como el alimentario e incluso un empleo medido de energías fósiles necesarias para disponer de un aparato productivo que empiece a operar con energías renovables, fundamentalmente de tipo flujo y no stock como las fósiles, para tratar de alcanzar una producción que si bien habrá de ser mucho menor (las renovables son menos productivas en comparación con las fósiles) sea suficiente y digna. Ese empleo de energías fósiles deberá admitirse solo para ese fin o para atender emergencias: fabricación de infraestructuras de energías renovables (centrales termosolares, centrales hidroeléctricas, paneles solares, molinos, geotérmicas y maremotriz, sistemas acumuladores asociados, etc.), y transporte de urgencia (bomberos, ambulancias, territorios inaccesibles).

Un segundo perfil de transición energética se habrá de abrir paso ya con importantes avances en los modelos de transporte (sobre todo, barco, ferrocarril de cercanías, transporte colectivo, bicicleta y patinetes…), en las ubicaciones de las grandes poblaciones (más cercanas a ríos, montañas, zonas ventosas, bosques o mar, esto es, próximas a fuentes de energías renovables o a territorios agroganaderos sostenibles, zonas rurales y pequeñas ciudades construidas a lo alto, y conectadas vía tren o barco). Ahora bien, también habrá de atender a la amortización generalizada de las primeras infraestructuras grandes de energías renovables, para dar paso a la generalización de tecnologías ligeras que ya no podrán emplear fuentes fósiles (molinos de viento e hidráulicos domésticos, fuentes solares con materias recicladas, y sobre todo fuerza de trabajo humana y animal, etc.). Esto planteará el reto de alcanzar una autorregulación demográfica gradual y una redistribución masiva de la riqueza que reduzca la población mundial sin violencia, y que permita la recuperación de los ecosistemas naturales.

Como decimos, los imperativos de los límites y procesos de la naturaleza, ya no permiten secuenciar un tipo de transición y otro sino que deben simultanearse y combinarse, con gran énfasis inicial en el primero, e incrementar el peso del segundo perfil de transición. Los tiempos de la degradación ambiental, climática y energética se aceleran. Hay que empezar ya, utilizar todo nuestro empeño, compromiso e inteligencia.

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